Debido a que Japón está interesado en celebrar el 4º centenario del día en que él y España establecieron relaciones diplomáticas, ha organizado una proyección en la Filmoteca de Madrid de 36 de sus películas, la mitad elegida por el público asiduo y la otra por la crítica. Debido a que a algunas puedo ir gratis decidí ir a ver esta, que nunca ha tenido vida comercial en nuestro país, porque su sinopsis -la historia de un samurái errante que se sumerge en un torbellino de violencia. Un luchador nato que maneja su espada (su negocio) durante los últimos días del gobierno del sogunato que mata sin remordimientos y sin piedad inmerso en un estilo de vida que acaba por llevarle a la locura- me pareció muy chula y porque es de 1966 (el cine japonés anterior a 1960 es bastante aburrido) y si está seleccionada es por algo.
No me esperaba gran cosa pero lo cierto es que he flipado bastante con ella. Si no hubiese sido japonesa diría que es espectacular. La película está muy bien pero la tranquilidad y la parsimonia japonesas no son apropiados para una historia de violencia y locura, por ello, a ojos occidentales, no es redonda.
Lo que me más me ha sorprendido della es su modernidad. Argumentalmente podría ser de ahora pues el prota es el malo. Algo que todavía casi 50 años después Occidente sólo hace tímidamente. Un samurái cruel y egoísta por estar ensoberbecido por su sobresaliente habilidad guerrera se vuelve loco cuando se da cuenta de que no es el mejor. Esto le da un vigor a la película que la salva de sus numerosos convencionalismos y tópicos buenistas. Los japos, como no están limitados por el cristianismo, la violencia y la maldad la muestran sin tapujos.
Otro elemento que ha hecho que haya salido muy satisfecho de la proyección es su dirección. Okamoto a pesar de ser un desconocido en Occidente, menos en los países más potentes culturalmente, es, por lo visto en esta peli, un maestro. Su dirección siempre realza lo escenificado de tal modo que hasta los clichés resultan atractivos y tiene una fluidez magistral. Su dirección es japonesa, es decir, planos amplios y de larga duración, esteticismo y ritmo lento, pero sabe cuando el estilo occidental, planos cortos y breves, rudeza y ritmo ágil, es mejor. Así, los momentos de tensión y de violencia tienen una gran fuerza y espectacularidad recordando al Spaguetti Western coetáneo. Como es sabido los chambara y las del Oeste de los 60 se influyeron mutuamente tanto argumentalmente como formalmente.
Otro elemento importante que hace a esta película un relato destacado son las interpretaciones. Los japos son bastante inexpresivos porque se contienen lo que resulta para el espectador occidental un tanto alienígena porque no puede comprenderles. En esta película no pasa porque los actores son bastante expresivos. La maldad, la desesperación o la sencillez permiten a los actores ser expresivos sin traicionar la inhibición a los sentimientos y a la franqueza que impone su sociedad. El más hierático resulta ser T. Mifune, uno de los buenos, pero este gran actor tiene tanto carisma y tanta presencia que en realidad ni sentado, tranquilo y con un tono neutro puede resultar inexpresivo. Así pues, la interpretación junto con la dirección de Okamoto hacen que esta película sea bastante atípica en la cinematografía japonesa aunque no deja de ser muy nipona.
The sword of doom termina con un fotograma congelado, quizás el origen del final de Dos hombres y un destino, que nos priva del final. Yo pensaba que era una audacia de los autores genial y admirable porque hay que ser muy valiente para dejar un relato minuciosamente contado y con numerosos personajes colgado, pero resulta que está basado en una novela folletinesca y pop del siglo XIX, tremendamente popular en el Japón anterior a los 70 del siglo XX, que quedó sin terminar, si bien no debía quedar mucho, ambientada al final del período Edo donde el protagonista es un mercenario de los secuaces del sogún (el desconocimiento de la cosa histórica no entorpece la comprensión del relato). Así, la verdadera sorpresa no es que la película termine antes del duelo final al que parece avocada la historia desde su inicio, sino que la adaptación fuese fiel. Si se hubiese optado por cortar la parte de los buenos aún con ese final la película no hubiese quedado colgada ya que este es bastante contundente y adecuado para la parte del malo, además de ser lo suficientemente espectacular, apoteósico y alucinante. Un arrebato de ultraviolencia que a mi me recuerda lejanamente a la impresionante Time slip: eclipse en el Tiempo, magistralmente rodado y sangriento, para una película de la época pregore del Cine en B&N (como los kimonos masculinos son oscuros la sangre negra no destaca mucho), que te deja apabullado, algo que en Occidente sólo Peckinpah en sus mejores películas es capaz de lograr.
Lo que me más me ha sorprendido della es su modernidad. Argumentalmente podría ser de ahora pues el prota es el malo. Algo que todavía casi 50 años después Occidente sólo hace tímidamente. Un samurái cruel y egoísta por estar ensoberbecido por su sobresaliente habilidad guerrera se vuelve loco cuando se da cuenta de que no es el mejor. Esto le da un vigor a la película que la salva de sus numerosos convencionalismos y tópicos buenistas. Los japos, como no están limitados por el cristianismo, la violencia y la maldad la muestran sin tapujos.
Otro elemento que ha hecho que haya salido muy satisfecho de la proyección es su dirección. Okamoto a pesar de ser un desconocido en Occidente, menos en los países más potentes culturalmente, es, por lo visto en esta peli, un maestro. Su dirección siempre realza lo escenificado de tal modo que hasta los clichés resultan atractivos y tiene una fluidez magistral. Su dirección es japonesa, es decir, planos amplios y de larga duración, esteticismo y ritmo lento, pero sabe cuando el estilo occidental, planos cortos y breves, rudeza y ritmo ágil, es mejor. Así, los momentos de tensión y de violencia tienen una gran fuerza y espectacularidad recordando al Spaguetti Western coetáneo. Como es sabido los chambara y las del Oeste de los 60 se influyeron mutuamente tanto argumentalmente como formalmente.
Otro elemento importante que hace a esta película un relato destacado son las interpretaciones. Los japos son bastante inexpresivos porque se contienen lo que resulta para el espectador occidental un tanto alienígena porque no puede comprenderles. En esta película no pasa porque los actores son bastante expresivos. La maldad, la desesperación o la sencillez permiten a los actores ser expresivos sin traicionar la inhibición a los sentimientos y a la franqueza que impone su sociedad. El más hierático resulta ser T. Mifune, uno de los buenos, pero este gran actor tiene tanto carisma y tanta presencia que en realidad ni sentado, tranquilo y con un tono neutro puede resultar inexpresivo. Así pues, la interpretación junto con la dirección de Okamoto hacen que esta película sea bastante atípica en la cinematografía japonesa aunque no deja de ser muy nipona.
The sword of doom termina con un fotograma congelado, quizás el origen del final de Dos hombres y un destino, que nos priva del final. Yo pensaba que era una audacia de los autores genial y admirable porque hay que ser muy valiente para dejar un relato minuciosamente contado y con numerosos personajes colgado, pero resulta que está basado en una novela folletinesca y pop del siglo XIX, tremendamente popular en el Japón anterior a los 70 del siglo XX, que quedó sin terminar, si bien no debía quedar mucho, ambientada al final del período Edo donde el protagonista es un mercenario de los secuaces del sogún (el desconocimiento de la cosa histórica no entorpece la comprensión del relato). Así, la verdadera sorpresa no es que la película termine antes del duelo final al que parece avocada la historia desde su inicio, sino que la adaptación fuese fiel. Si se hubiese optado por cortar la parte de los buenos aún con ese final la película no hubiese quedado colgada ya que este es bastante contundente y adecuado para la parte del malo, además de ser lo suficientemente espectacular, apoteósico y alucinante. Un arrebato de ultraviolencia que a mi me recuerda lejanamente a la impresionante Time slip: eclipse en el Tiempo, magistralmente rodado y sangriento, para una película de la época pregore del Cine en B&N (como los kimonos masculinos son oscuros la sangre negra no destaca mucho), que te deja apabullado, algo que en Occidente sólo Peckinpah en sus mejores películas es capaz de lograr.
No obstante a su condición de non finito, desde el Renacimiento tan válido como el final perfectamente silueteado, The sword of doom, por sus virtudes que acabo de bosquejar, es una película notable cuya originalidad y belleza formal, sus soberbios combates con katana de uno contra muchos y su retrato de la crueldad, la obsesión y el enloquecimiento la hace mucho más interesante y vigorosa que películas coetáneas del mismo corte más conocidas como el tostón clásico de Los 7 samuráis.
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