La 1ª miniserie de Marshal Law dio lugar a una pequeña estrella así que sus creadores siguieron escribiendo aventuras de este cruce entre Juez Dredd y superhéroe. 3 destas están en este tomo. Son 3 oneshots que repiten los temas ya presentados y desarrollados en la mentada miniserie. En estas historias Mills no amplía su análisis psicoanálitico-político del concepto heroico del republicanismo de los 80 del siglo XX y O´Neill tampoco hace nada nuevo, desbarra al mismo nivel que en la miniserie Miedo y asco, como la famosa novela del creador del periodismo gonzo. Por tanto estamos ante una auténtica explotation.
Marshal Law takes Manhattan, título que cita, supongo, la conocida canción de L. Cohen, es la 1ª historia y en ella los autores la toman con los personajes más populares de Marvel. La cosa va de que el "Castigador" es capturado y enviado al manicomio de los superhéroes para ver si está loco, y por tanto no es responsable de sus crímenes, y allí se encuentra con un tío que se cree un dios nórdico, otro que cree que su mujer se está convirtiendo en un insecto, otro que cree que tiene una esposa con el poder de ser invisible, uno que se cree el rey de los mares, un patriota paralizado por las dudas, uno que se cree superhéroe pero sólo maneja un arco, uno que se cree que viaja por las estrellas, uno que se cree mago, uno que no puede parar de arder y otros que sólo protagonizan un chiste de una sola viñeta. Marshal Law es enviado allí para escoltar a la cárcel al Perseguidor en el caso de que no se le declare loco. Esta historia es la mejor del tomo y en cierta manera mejor que la miniserie anterior. Es divertida, su parodia es sangrante (sobre todo porque O´Neill exagera las ideas de Mills como por ejemplo plantando en la frente del "Castigador" una esvástica nazi y calzándole un uniforme inspirado en el diseño de la bandera de EE.UU.) y su feroz crítica al concepto heroico republicano, racista, nacionalista-xenófobo, violento, inmoral, maniqueo y machista, es más directa porque no se pierde en disquisiciones psicoanalíticas. Por tanto, esta historia es un grato divertimento gamberro, gore y desmitificador. No les habló de los greatest hits por no fastidiarles la lectura, que me aclara el porqué para criticar brutalmente a la Administración Reagan, sobre todo por su cínica e hipócrita política exterior (igual a la de Bush jr. en lo de las torturas por lo que esta historia es sorprendentemente reciente a pesar de tener ya 25 años), ataque para mi totalmente justificado, Mills y O´Neill se meten con los superhéroes pues en los 80 estaban totalmente ajenos, no como el cine popular dominado por Schwazenegger y Stallone, a las movidas culturales de aquella que hicieron tan peculiares el cine y la tele juvenil (esos míticos especiales sobre las drogas) de aquella década. El asunto es que los republicanos creían ser como superhéroes. Así, para burlarse de ellos había que enseñar las vergüenzas de estos últimos sin piedad, lo que es un tanto injusto. Sin embargo, el republicanismo reaganiano o el EE.UU. profundo llegó a los superhéroes en 1992 de la mano de Lee, Liefeld y adláteres que terminó en una enorme crisis en 1995 por lo incompatibles que son ambos conceptos y porque por alguna razón el cine juvenil de los 80 podía ser hiperviolento pero los comics de superhéroes de los 90, como ahora, no. Así, Marshal Law se revalorizó pues su terrible crítica a través de los superhéroes al pervertido concepto heroico del republicanismo, que confunde la justicia con la venganza y lo personal y establece que el Bien es patrimonio de EE.UU. y del hombre blanco, alcanzó la total justificación.
El reino de los ciegos es la segunda historia del tomo y está vez la víctima es Batman, era su 50º aniversario. Adelantándose muchos años a Nolan, Mills y O´Neill presentan a un multimillonario que es superhéroe precisamente para mantener el sistema, para que siga habiendo pobres. La lectura alternativa y cruel de Batman está muy conseguida de modo que de nuevo, como en las historias anteriores, Mills pone de relieve todo lo perverso que hay en el subtexto de los superhéroes, sobre todo en los más antiguos como Batman, que provienen de una sociedad muy conservadora y provinciana, pero el relato es demasiado convencional y O´Neill, aunque es un dibujante de comics magistral con un sentido del humor muy negro, no hace nada nuevo por lo que ya no impresiona. Sigue siendo grotesco y desagradable sin perder la estética (genial las portadas y el color de todo el tomo que es suyo y de un tal Chiarello), como buen expresionista, y es un competente narrador clásico, pero ya no sorprende. Por tanto, estamos ante una historia que indica que el gamberrismo se está volviendo rutinario. Lo que tenían que decir los autores ya lo dijeron y por tanto ya sólo les queda tratar de contar de otra manera la misma historia. De hacer distintas versiones de lo mismo. Aquí todavía la cosa se salva de ser mero explotation porque Mills hace también autocrítica pues su personaje, Marshal Law, es lo mismo que critica salvo porque sabe que es alguien criticable. Por eso es el rey tuerto.
Odiosos muertos es la última historia que, a diferencia de las anteriores, no es autoconclusiva. Es un relato exploitation puro ya que es de zombis, si bien con consciencia y habla. Los autores perciben que su creación está cerca de ser un muerto andante, una cáscara vacía, un autómata putrefacto, así que cogen la fórmula del subgénero zombi y la enlazan sin elegancia con el tema de superhéroes pervertidos de la obra, de modo que es una lectura muy mediocre. Ni O´Neill, que se recrea en el gore y lo monstruoso como nunca, sirve para que la leamos sin desinterés y frialdad. Lo único positivo es que el final es catárquico, así que hay una posibilidad de que el siguiente y último tomo, ya a la venta, la cosa remonte y no caiga en la pura exploitation. Teniendo en cuenta que Mills y O´Neills son unos tipos alternativos, la posibilidad de que Marshal Law vuelva a ser esa historia ácida que usa a los superhéroes para meterse ferozmente con el republicanismo rancio, el que defiende hoy la Palin, no es baja. A ellos nunca les ha importado gustar o la comercialidad.
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